jueves

L-L

La poesía encarnó en tu cuerpo de guerrero herido.

Ya sin fuerzas para sostener el escudo, se dejaron ver los surcos secos de los lagos de la pena, que anduvieron por tu cara.

La mirada afiebrada en el recuerdo de saber que tocaron la fibra que no tenía caparazón,
y en la boca, la mueca nostálgica de haber caminado con el estandarte arriba.

“No lo dejes caer. Que no toque el suelo”, resonaban las voces de antiguos hidalgos en tus oídos.

La valentía de ser siempre el mejor blanco, para quien dispone de la flecha que embriaga la razón.

En las horas oscuras, cuando las figuras del dolor dancen en las paredes de la mente.
Cuando la derrota parece lista para ser coronada en su reinado de desilusión, vendrá por ti la utopía, de volver a ser uno en dos, y en su corcel blanco de la inocencia te abrazará en una nueva causa....

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