martes

De la platea y el campo de juego

Te miré a los ojos y encontré dos hielos en un vaso de whisky,
te estabas fundiendo en algo que no eras, te estabas dejando ser.

Con el silencio pretendías dejar cuadriplejica a tu soberbia,
pero la esencia, ese humo que a veces no vemos, transpiró lo que te irrita.
Y con el calor de tu primer grito estabas ahí, desnudo del “deber ser”.

Temblaste un rato, en una especie de epilepsia guiada intentando reprimir lo que venía,
pero como un efínter desgarrado, no pudiste
y el monstruo salió a jugar un rato en el jardín de la amistad.

Arrebató cada flor, regada con los llantos de los fracasos compartidos.
Quemó el cielo, ese pedazo de nada que nos trasciende y que conoce nuestros secretos
y cuando ya no le quedaba nafta en ese motor que era la envidia,
se sacó la mascara de la bronca y se echó a llorar
como un infante al que no lo consintieron con la golosina que demandaba.

Hoy, hay un río enorme que nos separa, menos sucio que el riachuelo, pero igualmente descuidado.
Hay una fosa, como la que separa la platea del campo de juego,
la que separa al que tiene el dinero para ver, del que tiene el talento para vivir del sueño.

Vos dictas la partitura desde la que se debe escribir, determinas dónde vale la pena gastar tinta y cómo retratar al amor.
Te fatigas adornando de arpegios la poesía, mientras a mi se me va la vida cada vez que la miro a los ojos....