Encierro mis huesos en una tumba edificada, por la que levito noche y día,
Arrastro en mi garganta, un grito eufórico silenciado con una modernidad envasada,
Que convida una calma agónica y un respiro, como condena a un alma que prefiere la asfixia,
Pero aún siento la bravura en mi sangre, donde se expande mi deseo reprimido,
Allí lidera la oscuridad y la luz es maldecida por su esperanza testimonial,
Aguardo entonces el segundo que pesa en mis parpados y pone pausa a lo vivido,
Caigo en la mortaja blanca en la que permaneceré unas horas o quizás sea mi aclamado final.
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