Recorrer la noche descalzo, con el pasaporte de mis ojos atravesando lo inmenso de lo oscuro.
Enterrar al oficinista y dejar suelto al sentir,
acariciar la música que desprenden los días,
cosechar suspiros y seguir vaciando los bolsillos.
El viaje se hizo lindo cuando entendí que no iba ningún lado y que no había nada que cumplir.
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